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La señora de al lado

A dos asientos de distancia descansa un libro en las manos de una señora, que a su vez parece no hacer mucho esfuerzo por leer. A mi su presencia no me molesta, pero a la joven que se encuentra a su lado —y que porta un teléfono móvil desde el que ve una película— parece no agradarle tanto.

El motivo, imagino, es el de que la joven creía, en los inicios de este vuelo, que podría tener libres los tres asientos de su fila. Pero, para su propio disgusto, fue tras el mismo despegue que la señora y su libro se sentaron en dicha fila. La joven, que ahora se apoya en la ventanilla mientras sigue sujetando su teléfono móvil con gran maestría, parecía no reaccionar en un principio a la llegada de la señora. Como si no se hubiera dado cuenta de que acababan de arrebatarle un espacio que no le pertenecía pero que ya hacía suyo. Sí reaccionó ahora, fulminando a la señora con los láseres de sus ojos.

Mientras tanto, la señora que se encuentra, para ser exactos, a dos asientos y un pasillo de distancia, se toma su tiempo para pasar página. Esto es algo que me pone ligeramente nervioso. ¿Será que lee lento, que no entiende y vuelve a empezar o una mezcla de ambas cosas? Va vestida de un gris monótono del que resalta el azul marino de su mascarilla. Con su mano izquierda, de la que sobresale el envejecimiento de la misma, sujeta un lápiz de color amarillo con el que amenaza con subrayar el libro. ¡No lo haga, señora! —pienso.

En algún momento de este vuelo, la joven baja el móvil como signo natural del cansancio de su brazo. La señora me mira por unos segundos. No le veo los ojos, pero parece estar a la mira con una especie de misterio e incluso condescendencia. «Estos jóvenes de hoy en día, que solo leen a Ernesto Sábato», pensará. Por un momento reposa el lápiz amarillo como quien baja el arma y deseo firmar con ella un tratado de paz.

Yo he dejado de leer a Sábato, no vaya a pensar la señora que estoy loco. Ahora estoy sentado con un periódico y un bolígrafo, señalando los errores de los periodistas a los que admiro. Los muy correctos se equivocan poco. En ortografía y gramática, claro. Porque en formas y en periodismo ya todos sabemos que no son muy buenos. No lo somos. Me pregunto si la señora sabrá o se imaginará que soy periodista y por eso me mira raro. Debe de ser. Hace tiempo que el periodismo dejó de verse bien. Y es por eso mismo que le estoy escribiendo un artículo a la señora de al lado.

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