Hace ya unos meses que el conocido director de un medio digital de Canarias me tachó de “ignorante engreído” a través de Twitter. Parece ser que le molestó lo que a mi juicio estaba siendo un respetuoso debate. No sería esto algo trivial, pues, si algo nos falta, es el saber debatir.

Las redes sociales se convierten en auténticas batallas campales donde todo vale con tal de hacernos sentir vencedores. Lo que hace que no seamos capaces de mantener argumentos con personas con las que no estamos de acuerdo. Es una auténtica pena porque, a mi parecer, estas conversaciones son muy necesarias. Solo con ellas podemos darnos cuenta de que, en realidad, uno no lo sabe todo.
Diría yo que a veces peco de respetuoso con quienes no lo merecen. Un día traté de argumentar con unos fanáticos del socialismo de Corea del Norte las políticas del país. Recibí la avalancha de una comunidad de obsesionados cuyas fantasías más oscuras tenían únicamente cabida entre La Habana y Pyongyang. El único consejo que me atreví a darles fue el de tener un poco más de respeto y humildad a la hora de entablar una conversación. «La humildad se reserva para camaradas, amigos, familia; al enemigo de clase o desclasado no hay que tenerle consideración» —me respondió uno de ellos. Deberá pensar, este ser, que desde entonces me cuesta dormir por las noches; cuando la realidad es que duermo más tranquilo que nunca a sabiendas de que hasta de él pude aprender algo.
Podría confesar, además, que me considero una persona poco impulsiva en este sentido. Siempre le doy una vuelta a mis opiniones, cayendo la mayoría de las veces en el error de autocensurarme con tal de no generar controversia en un mundo totalmente polarizado; en el que digas lo que digas alguien te señalará con ánimos odiosos. No me he atrevido a faltar el respeto a nadie. Simplemente expongo, en ocasiones, lo que sucede en este terrible mundo desde la subjetividad de mis gafas. Esto último lo menciono porque, a raíz de los últimos episodios migratorios, suelo hacer algunas puntualizaciones en mis redes sociales acerca de la inmigración irregular que llega a las costas canarias. Esto, que para muchos es un acto inofensivo, ha conllevado decenas de mensajes violentos en mi cuenta. Que no son críticas, las cuales considero, sino injurias.
Nace aquí la figura del hater. Los mensajes son en su totalidad procedentes de cuentas que llevan alias o motes por nombre. En algunos casos, mirando mi bandeja de entrada, corazones verdes y la bandera de España. Una bandera que es, además, la de mi propio país; cuya finalidad debe ser la de representar a todos los habitantes que yacen en él y no servir como pretexto para insultar a través de las redes sociales. Este prototipo de personaje en twitter, así como el militante de otros populismos, debe ser considerado de extrema peligrosidad. Lo único que espera es poder llegar a casa y expulsar todo el odio infundado en la pequeñez de su mente a través del teclado.
2 Comments
Arminda
Comparto tu opinión. Siempre van a lo fácil, a indultar. Prefiero no comentar cuando desconozco y es en la mayoría de los temas de actualidad. Veo verdades en cada una de las partes, ni negro, ni blanco, me gustan los grises 😉
Roberto Rodríguez
Totalmente de acuerdo contigo Julio. Hay gente que no sabe argumentar, y lo que hacen es comportarse como verdaderos hooligans en los medios. Se posicionan a la defensiva cuando alguien les argumenta con datos, y te dan una respuesta que da hasta pena leerla.